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lunes, 19 de abril de 2010

The Hurt Locker (2008)


Para un país que se entiende a sí mismo a través del cine, no deja de ser importante que tras tantos años de invasión norteamericana en Irak, empiecen a aparecer películas sobre el tema (por ejemplo, Redacted, 2007; The Hurt Locker, 2008; o Green Zone, 2010). Sin embargo, esto no significa que estemos siquiera cerca de “La” película sobre la guerra en Irak.

En The Hurt Locker la directora Kathryn Bigelow retrata el día a día de los soldados miembros del equipo de desactivación de bombas en la compañía Bravo. Se trata del sargento Sanborn (Anthony Mackie) y el especialista Eldridge (Brian Geraghty), quienes al comienzo de la historia presencian la muerte del líder de la compañía en una operación en principio trivial. El sargento William James (Jeremy Renner), es quien llega a reemplazarlo y, de paso, a enseñarnos –a Sanborn, a Eldridge y a nosotros- qué le puede hacer la guerra a un hombre y qué le puede hacer un hombre a la guerra.

The Hurt Locker está filmada con maestría. Se trata de otorgar a cada instante una importancia crucial, de reflejar cada detalle como si fuera la clave de todo el asunto. Se trata, en definitiva, de retratar la guerra con toda su crudeza, sin desviar ni por un segundo la mirada. Como si desviar la mirada fuera algo así como una traición. Sobre este trasfondo descriptivo, casi documental, y desprovisto de intencionalidad narrativa, emergen violentamente dos puntos de tensión: el conflicto entre James y Sanborn, y la relación entre James y el niño iraquí “Beckham”. El conflicto entre James y Sanborn es el conflicto entre racionalidad y locura. En el ambiente delirante de la guerra parece claro que un hombre cuerdo como Sanborn no tiene lo que se necesita para “ponerse el traje”. La relación entre James y Beckham es mucho más significativa y al mismo tiempo más irreal. Porque no es siquiera una relación. Es más bien un contacto. Un primer contacto entre este astronauta que es James (ataviado con un traje antibombas que bien podría servirle para viajar a la Luna) y esos aliens que son los iraquíes. Porque de los iraquíes no sabemos nada. No sabemos quién es Beckham (ni su verdadero nombre ni su verdadera familia), no sabemos quién es el vendedor de DVDs, ni por qué el profesor “espera” a un agente de la CIA en su casa; ni, en fin, si el hombre con explosivos atados a su cuerpo es en realidad un hombre de familia o un atacante suicida. No podríamos saberlo, porque el emisario para el primer contacto es el hombre más enajenado del que se dispone. El más incapaz de establecer relaciones. Pero el único interesado en hacerlo.

La explicación inicial y final que la película da de sí misma –que la guerra sería como una droga- resulta perturbadora. Por la forma extrañamente explicita en que se presenta, por la simpleza y obviedad de su mensaje, por el contraste con el tono documental de la película. Y por lo engañadora que resulta. Porque la experiencia de la guerra que tienen los soldados en esta película –y en especial James- no es la de una droga. Es más bien la de un juego. Un juego adictivo y sumamente riesgoso, sí, pero fundamentalmente un juego. Un juego donde se lleva la cuenta del número de bombas desarmadas, porque es eso lo único que cuenta. Un juego, en fin, donde nadie se pregunta por el sentido de la guerra –como absurdamente lo hace Matt Damon en Green Zone- porque a los juegos no se les exige un sentido. En suma, hay que decir que esta es, en verdad, una película de guerra. No una película de acción ambientada en un contexto de guerra (como podría decirse de Green Zone), sino una obra que entra en la exclusiva categoría de películas de guerra norteamericanas. Aunque aún diste mucho de las mejores. Aunque no sea el relato definitivo de la guerra en Irak. Y aunque, hasta ahora, la mejor película de la guerra en Irak –la más decisiva, la más profunda- haya sido filmada por los propios soldados norteamericanos al momento de asesinar al reportero de la agencia Reuters Namir Noor-Eldeen.

El Hombre sin Nombre

Trailer the Hurt Locker

1 comentario:

  1. Hace mucho tiempo me propuse que cada vez que una película ganase premios (Oscar, Cannes, etc) huiría como la peste de ella. Debí hacerme caso con esta.

    Por supuesto no tengo ni idea de cine, me limito a ver películas. Y me dió la impresión de que esta, al igual que Inglorious Bastards, fueron hechas con la misma fórmula: poner un montón de situaciones en orden cronológico pero sin mayor hilo argumental, y dejar que el expectador les de un sentido y así, cuando termine de verla, le parezca que la historia (que nunca existió porque la hizo él) sea lo mejor que haya visto en su vida.

    Por otro lado está la tormenta de clichés, el soldado traumatizado, el aterrorizado, el que cumple el deber fríamente, la relación simple entre el niño y el soldado, un montón de lugares comunes que me resultan insultantes no por la falta de imaginación que representan, sino porque la guerra me parece algo muchísimo más horrible y estúpida y merecedora de más respeto que eso.

    Después de las dos horas y algo, la única razón por la que me parece que ganó un oscar (aparte de la pobre competencia) es porque ahora el norteamericano medio puede decir que comprende la guerra, que siente empatía con los soldados, y que cuando estos acribillan a un periodista porque no saben diferenciar un arma de una cámara, es algo plenamente justificado porque cada vez que salen a la calle todo el mundo intenta matarlos.

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